La industria del vidriado y del esmaltado del barro cocido, desconocida para los antiguos mexicanos, pasó de España a México en la segunda mitad del siglo XVI. A partir de 1550 se establece en Puebla un buen número de maestros loceros que se encuentran en sus cercanías los materiales necesarios para producir cerámicas de buena calidad, y convierten a la ciudad en un centro comercial que permite la venta de sus mercancías a la ciudad de México y Veracruz.
En México, los conquistadores encontraron una producción de cerámica con varios siglos de desarrollo y excelente calidad que además de los utensilios de uso doméstico tenía un importante papel en ceremonias religiosas, ritos funerarios y también extraordinarias esculturas.
En la colonia, se inició la llegada de cerámica importada y el establecimiento de talleres de alfareros españoles. Puebla fue el principal centro productor de cerámica no sólo de la Nueva España sino del Nuevo Mundo. En 1550, a 20 años de la fundación de la ciudad, ésta ya contaba con talleres de loza vidriada y azulejos de la que se conocería como Talavera Poblana y que, a partir de la colonia es la cerámica de mayor antigüedad y la más difundida.
Su nombre proviene del origen de los primeros artesanos y por ser copia de la producida en Talavera de la Reina, España.
Su elaboración conserva su carácter primitivo pero su decoración se ha modificado recibiendo influencias como la morisca, la china y las europeas que mezcladas con elementos locales le imprimen características únicas e inconfundibles.
En los mismos talleres se producían azulejos, recubrimiento que enriqueció a la arquitectura virreinal convirtiéndose en elemento de identidad de la imagen urbana que se conserva hasta la fecha.
Su uso se inició en la arquitectura religiosa y más tarde en la civil, se aplicaron con fines utilitarios y en detalles decorativos. Con el tiempo, se fueron utilizando en superficies de mayor tamaño hasta llegar al máximo en el siglo XVIII cuando su empleo se generalizó y combinando azulejos con ladrillos llegaron a cubrir fachadas completas. Jugando con diferentes medidas y formas geométricas, se crearon diseños de gran originalidad.
La cerámica de Talavera tiene una vigencia de exquisitez. Al paso de los siglos la decoración mostró no sólo gustos personales sino apetencias y actitudes sociales. Formas, proporciones, decoraciones y antigüedad se fueron convirtiendo en requisitos forzosos de algo elitista, de acariciado capricho de minorías. Sin embargo, la difusión de la loza, gracias a su carácter utilitario y a la frescura y espontaneidad de su decoración no sólo se extendió por todos los ámbitos, sino que, en cuanto a sus dueños, alcanzó todas las categorías sociales. Platos, platones, soperas, jarras con o sin asas, macetas, floreros, pilas de agua, lavabos, imágenes religiosas, humanas y de animales, frascos de farmacia, etc., es decir todo tipo de artículos de uso cotidiano.
La cerámica ha conjugado la utilidad y la belleza de los pequeños y grandes elementos que el hombre emplea en su vida diaria. Se trata de un arte práctico que desarrolla su belleza precisamente en su utilidad.
El interés que despierta hoy en día el conocimiento de la cerámica de Talavera no es sino un reflejo de su prestigio a nivel nacional e internacional que se apoya en la diversidad y en la calidad de sus productos. Junto al más humilde de sus objetos, los hornos de los alfares de Talavera han cocido piezas de loza y azulejos de la más depurada técnica.
Ello explica su presencia en los lugares más apartados de la geografía, en las casas pobres y ricas, en palacios y conventos, en colecciones particulares, bazares, museos.
¿Por qué se le denomina Talavera de Puebla y Tlaxcala a la loza y al azulejo vidriado y esmaltado que se fabrica en la ciudad de ese nombre? Seguramente que por la semejanza que su estilo decorativo guarda con el de la loza originaria de Talavera de la Reina en España. Varios historiadores han dado su versión sin poder comprobarla documentalmente. La historia se confunde con la leyenda. La verdad es que aunque la loza poblana se decora a semejanza de la Talavera, ello no basta para suponer que hayan sido talaveranos los primeros loceros que llegaron a Puebla. Bien pudieron ser sevillanos, pues Sevilla fue punto de emigración a las posesiones españolas de ultramar y centro productor de loza y azulejería con influencia mudéjar. Desde luego, un notable locero, vecino de Puebla de los Ángeles en 1604, de nombre Diego Gaytán, era originario de Talavera y no dejaría de influir, con su personal estilo, en el desarrollo de la industrial poblana de la loza.
La producción de cerámica llegó a ser muy abundante y cada locero fabricaba sus piezas a capricho, sin más que lo que imponían su propio gusto y la costumbre. A mediados del siglo XVII había tal cantidad de ceramistas que el virrey se vio en la necesidad de crear el gremio de loceros y reglamentar su oficio. Así, en 1653 se redactan en Puebla las ordenanzas que fijaron las condiciones requeridas para ser maestro del oficio, entre ellas la separación de la loza en tres géneros: fina, común y amarilla; las proporciones en que debían ser mezclados los barros para producir piezas de buena calidad, y las normas a seguir para el decorado, en las que se establecía que en la loza fina la pintura debía ir guarnecida de negro para realzar su hermosura; además se especificaban cualidades y detalles de fabricación. Llama la atención el tercer artículo, que a la letra dice: “Que no se pueda admitir a examen de dicho oficio, a ningún negro, ni mulato, ni otra persona de color turbado, por lo que importa que lo sean españoles de toda satisfacción y confianza”.
Poco ha variado el procesos de elaboración de la loza. Fueron las formas y el decorado los que sufrieron una gran transformación, debido a influencias estilísticas de diferentes países y épocas.